sábado, 6 de abril de 2013

ACALLAR EL RUIDO INTERIOR...


Estoy escribiendo este texto una noche de verano en una barriada de la ciudad. Por la calle pasan coches con una música estruendosa. En la acera de enfrente, las ventanas están abiertas de par en par, y la percusión, pretendiendo ser música, está atronando la vecindad. Hay adultos en conversación a voz en grito por las ventanas del bloque. Las risas son bastas y estrepitosas. De fondo hay ecos de otros gritos de otra calle y de otra vecindad. Es un lugar ruidoso, atiborrado de gente, alborotado e inquieto. El ruido de las calles es un claro reflejo de las almas que las habitan.
La calma se ha convertido en un remoto recuerdo. Algunas generaciones no tienen la más mínima memoria de ella. Ha sido desterrada por la contaminación sonora, que es endémica, invasiva y clamorosa. En todas partes. por doquier. Esto no es Nueva York, sino una pequeña ciudad estadounidense, y está llena de estruendo a cualquier hora del día. Hay música ambiental en los ascensores y megafonía pública en los vestíbulos. Las personas que tienes al lado en cualquier tienda están vociferando por sus teléfonos móviles, y en todas partes  -oficinas, restaurantes, cocinas, dormitorios... -la omnipresente televisión está expeliendo palabras carentes de ideas, mientras la gente no presta la más mínima atención y grita más alto que ella hablando de otras cosas. Hay altavoces en las lanchas, así que ya no se está a salvo en el lago. Hay conciertos de rock en el campo, así que ya no se está a salvo en las montañas. Hay teléfonos en los cuartos de baño, así que ya no se está a salvo en la ducha. Las oficinas de las empresas son colmenas de cubículos pegados unos a otros. Ya no pensamos; escuchamos. El problema es que estamos tan inundados de sonidos que nos hemos acostumbrados a oír únicamente cosas externas a nosotros.
El silencio es el arte perdido de esta sociedad. Cada momento de vigilia está lleno de ruidos compitiendo entre sí para captar nuestra atención. Los alaridos han reemplazado a la razón; la fuerza ha sustituido a la diplomacia. Los gritos han reemplazado a la conversación como pauta elegida para la comunicación familiar. Y lo más notable de todo es que, aunque ninguna otra sociedad en la historia se ha comunicado nunca tanto como ésta, se ha construido todo un sector empresarial en torno a arreglar la mala comunicación, cuando puede que sea precisamente silencio lo que falta verdaderamente en la amalgama humana.(...)




Fuente: (Fragmento) Joan Chittister- "Doce pasos hacia la libertad interior" - Editorial Sal Terrae - España (69-70-71)

(almas_peq)

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