El sufrimiento es un misterio que se esconde detrás de cada esquina, que salta a cada paso en el camino de la vida. Como un ladrón inicia un dolor de muelas, un extraño zumbido en la cabeza, la sensación de la traición de un amigo, un accidente ensangrentado...
Ante la prueba, ante el dolor, el pensamiento gira en torno de encontrar la manera de quitar la fuente del mal, de sanar, de curar las heridas del alma o del cuerpo. Uno se convierte en el centro de todo.
A veces, el dolor crece y triunfa, hasta llenar el corazón puede llegar a ser obsesivo, quitando las energías que siguen vivas y que dejarían paso a otros planes, proyectos, esperanzas y trabajos.
Ante el sufrimiento más agobiante, hay hombres y mujeres que han sabido triunfar, que no se han dejado hundir. Su mirada supo encontrar algo o alguien por quien aceptar la prueba, con quien superarla.
Hay enfermos que sacar energías inexplicables de su anhelo por ayudar a quienes tienen necesidad de ellos.
Otros miran un crucifijo y descubren en Cristo la fuerza que no puede dar ningún medicamento.
Se unen al Cristo que sufre y dan a su dolor un sentido nuevo: pueden salvar a otros, pueden dar esperanza al mundo, pueden encontrar una dicha profunda al saber que están junto al Jesús que murió en una cruz por ellos. Quien tiene esta fe sabe que es algo inmerecido, no se puede comprar: es un don.
La respuesta al sufrimiento es personal, e intransferible.Está en sus manos. Una decisión correcta iluminará de esperanza su corazón, entre los hombres brillará una luz nueva, es entonces cuando recordamos que vale la pena vivir. Que acogiendo el dolor con fe, se cambia, se renueva el rostro de este nuestro planeta milenario, para vivir en paz y con nuevas energías.*
FUENTE:Catholic.Net
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