viernes, 19 de agosto de 2011

Un corazón libre



Soltar para poder amar en serio-
Podemos buscar éxito o la aprobación ajena para acariciar nuestro yo necesitado. Pero también podemos tratar de ser fecundos y de producir algo bueno con el deseo de hacer felices a los demás y de mejorar el mundo.
En este caso, nuestros esfuerzos no serán una obsesión para conseguir una satisfacción, sino la generosidad de un corazón libre. Sólo ese amor puede producir relaciones humanas satisfactorias, donde nos fortalecemos unos a otros.
Pero hay que estar atentos a un posible equívoco. No es sano pasar de la obsesión por hacer algo bien -cuando tenemos la posibilidad de ser elogiados   -a un desencanto relativista- que aparece cuando lo que hacemos es rechazado o no es valorado-
Al ser rechazados o criticados, tenemos la tentación de refugiarnos en una falsa indiferencia, en la apatía, que en realidad es un orgullo herido que escapa del dolor encerrándose en una cueva de resentimiento.




Ese aislamiento siempre es dañino, ya que nuestro corazón
ha sido creado para la comunión, los vínculos, los lazos. Toda la realidad subsiste por las múltiples relaciones que hay en el mundo. Por eso, hay que ser capaces de unir una santa y libre indiferencia con el deseo de hacer algo bello y aportar lo mejor de nosotros, más allá de los resultados. Soltar los apegos y desprenderse de las esclavitudes no significa perder el entusiasmo ni dejar de luchar por conseguir cosas buenas y bellas.
Soltar es entregarse de lleno a una tarea con libertad interior, no por las caricias que eso pueda aportar al orgullo. Lo hago porque reconozco la dignidad que Dios me da y no quiero desperdiciar los dones que el Dios de amor me ha regalado para mis hermanos. Lo hago porque deseo responder a ese amor, y por eso soy capaz de ilusionarme con algo nuevo para el bien de los demás.


Quien aprende a soltar el yo experimenta una fecunda libertad y entonces no abandona el servicio y la entrega a causa de las críticas o rechazos que recibe. Su capacidad de ilusionarse y de entusiasmarse está fundada en la realidad que quiere mejorar, no en su yo.
Además, si buscamos la aprobación de los demás a través de lo que podamos producir o mostrar las relaciones humanas serán siempre compradas, dependientes de un producto externo, y no serán satisfactorias. Serán una mezcla de amor y de odio. Cuando no recibimos de los demás la aprobación y el reconocimiento que esperamos, comenzamos a sentirlos como competidores y de alguna manera deseamos que les vaya mal, rumiando nuestro rencor en la soledad y eso alimenta la violencia.
O procuraremos cada vez más llamar la atención para que no nos ignoren, y terminaremos molestándolos y arrastrándolos ante ellos, reclamando que nos tengan en cuenta.
Así perderemos nuestra dignidad, como sucede siempre cuando no aceptamos sostenernos en el amor de Dios que nos hace dignos.


Soltar apegos que nos obsesionan es volver a casa, es dejar de vagar sin sentido, es liberarse del desarraigo. Por eso, aprender a soltar los apegos es un camino para liberarse del miedo al fracaso de los que vivimos aferrados a cosas exteriores, a personas, a proyectos. Ese miedo <<revela una de nuestras condiciones más penosas y profundas: la de no tener sentido de pertenencia, un sitio donde sentirnos seguros, cuidados, protegidos y amados.>>
La raíz de los apegos sólo se cura aceptándose a sí mismos en el encuentro con el amor de Dios. Sólo ese amor incondicional otorga una firme seguridad interior. 
Cuando nos aferramos a algo de esta tierra, siempre nos habita el temor de perder esa seguridad. 
En cambio, cuando nos sabemos aceptados por Dios, amados incondicionalmente, comprendidos y esperados con paciencia, eso nos brinda la seguridad interna que necesitamos, entonces nos volveremos acogedores, generosos y desinteresados.





(Claves para vivir en plenitud - Víctor Manuel Fernández)


(S.B.)

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