viernes, 16 de septiembre de 2011

Recuperar la paz...

UNA HISTORIA PARA MEJORAR EL MUNDO


Nuestra fe cristiana es histórica. Es decir se vive dentro de una historia humana y no en el cielo. Pero algunas personas se resisten a vivir en este mundo, y quisieran refugiarse en una especie de pequeño cielo, escondidos y protegidos del mundo.
Si nuestra fe es auténtica, no pretendamos salir de esta tierra en una especie de vuelo cósmico, evadiéndonos de todo compromiso, tratando de liberarnos de todo lo que nos despierta resistencias. Eso sería como volver al útero de nuestra madre y renunciar a la vida, al crecimiento, a la felicidad verdadera.
Los hijos de Dios estamos llamados a amar profundamente a los demás y a implicarnos de lleno en este mundo, en esta historia humana, en la vida de la gente.
Soñamos con aportar algo a la felicidad de los demás y dejar este mundo mejor que como lo hemos encontrado. Y el Dios de amor que encontramos en la oración nos impulsa a introducirnos en el mundo para mejorarlo, nos da una apasionante misión en esta tierra.
Cuando aceptamos eso, dejamos de resistirnos ante los reclamos del mundo y de la gente, porque nos interesa construir algo mejor. Así lo hicieron San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, y muchos otros que fueron felices y rebosantes tratando de mejorar el mundo.


Ninguno de ellos pretendió evadirse a un pequeño paraíso de relajación, sino que se entregó como instrumento de Dios para hacer el bien a mucha gente, con la esperanza de que siempre algo puede cambiar. En este sentido, la Iglesia ha hecho la siguiente advertencia, que tiene una tremenda importancia. 
El ideal cristiano es inseparable de una afectuosa preocupación por la felicidad de los demás. Ni siquiera la vida eterna puede pensarse como una liberación, como si en el cielo nos liberáramos de tener que buscar el bien de los demás. Eso sería una alienación, un falso bienestar que en lugar de hacernos madurar nos atrofiaría.
Vemos en Ap. 6,9-11 que los mártires en el cielo interceden por los que están sufriendo la injusticia en la tierra, solidarios con este mundo en camino. Es la actitud que expresó Santa Teresa de Lisieux, que deseaba pasar su cielo <<haciendo el bien en la tierra>>, y no le interesaba tanto su gozo celestial, sino seguir participando en la salvación del mundo.




Por supuesto, ni San Francisco de Asís ni la Madre Teresa se sintieron, los salvadores del mundo y sabían que no podían cambiarlo todo. Dejaban el mundo en las manos de Dios, porque se sentían pequeños y débiles. Pero ofrecían todo su ser para hacer algo, y entonces hicieron mucho porque su testimonio vale mucho para nosotros.


Han sido luchadores, guerreros, pero para construir más que para destruir. Han Participado de la danza cósmica dejándose llevar por la creatividad que Dios sembró en ellos para mejorar el mundo. Por eso no se atrofiaron, por eso no se desgastó su alegría, por eso alcanzaron la madurez y la plenitud.
Esta actitud de ofrecerse para construir un mundo mejor debería ser asumida en la oración misma para que la vida no esté al margen de la oración. Esto se concreta cuando nos habituamos a conversar con Dios sobre nuestros proyectos, a consultarle acerca de lo que decidimos, a pedirle luz para descubrir cuáles son nuestras capacidades, a preguntarle en qué debemos ocupar nuestras energías para ser más eficientes, qué podemos hacer por los demás, qué podemos dar.






No decidimos pensando sólo en nuestras necesidades o gustos. Le pedimos a Dios generosidad para hacer lo que haga más felices a los demás. En definitiva, ocupamos un espacio de nuestra meditación para presentarle a Dios nuestras tareas, ofrecerle con amor nuestros cansancios, y pedirle luz para el trabajo. Nos relajamos un momento, pero no evitando recordar nuestras tareas: al contrario, reconciliándonos con ellas, iluminándolas, aceptándolas, amándolas.





"Claves para vivir en plenitud" - Pág. 180 - Edit. San Pablo

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