10. ADORAR
"Mi Corazón está a punto, Dios mío. Voy
a cantar y a tocar... Te alabaré entre los
pueblos, Señor, te cantaré entre
la gente, porque tu amor es grande
hasta los cielos".
(Sal 108, 2-5)
"Te ensalzaré, Dios mío, mi rey, bendeciré
tu nombre por siempre jamás
Todos los días te bendeciré y
alabaré tu nombre por siempre. Grande es
el Señor y muy digno de alabanza
su grandeza no tiene medida".
(Sal 145, 1-3)
Leyendo estos salmos posiblemente se despierte el deseo de adorar a Dios, de cantarle a su gloria, a su hermosura, a su amor.
La alabanza es una oración preciosa, es la manera más excelente de orar. Porque en la alabanza no interesan nuestras necesidades, nuestros problemas o nuestros logros. Cuando alabamos a Dios sólo Él es el importante, Él es el único que cuenta. Él es infinitamente más que yo y que mi pequeña mente perturbada. Él existe, y eso me basta. Vive Él, que es el bueno, el bello, el inmenso. Eso es lo que interesa.
Cuando alabamos a Dios sucede como si nos eleváramos por encima de nuestras angustias y tristezas y entonces dejan de preocuparnos tanto nuestras sensaciones; las tristezas y angustias debilitan su poder y vuelve a nacer la esperanza luminosa.
Porque si existe Él, el poderoso y sublime, entonces todo puede terminar bien. Por eso la alabanza nos devuelve la alegría, ya que saca de nuestros ojos de la miseria y los deposita en la gloria de Dios, en su purísima alegría. Especialmente en el gozo divino de Jesús resucitado. Él vive, vestido de Gloria y de Luz, y vale la pena contemplarlo en cada cosa y gozarse con Él. Eso nos vuelve más positivos, nos ilumina los ojos para seguir caminando. Por eso dice la Biblia: "Que el Señor sea tu deleite, y él te dará lo que pida tu corazón" (Sal 37,4)
ORACIÓN
*Gloria a ti, mi Dios infinito y bello.
Señor deslumbrante,
vestido de inmensa luz.
*Esta pequeña criatura quiere adorarte
y reconocer tu grandeza.
*Me postro ante ti, Señor,
y te pido que toques mi corazón,
*que abras mis labios y me regales
el don de saber adorarte.
*No permitas, Dios mío,
que me encierre en mis preocupaciones y
*penas, no dejes que mi boca se llene sólo
de lamentos. Ayúdame a salir
*de mí mismo para alabarte a ti,
que eres digno de toda alabanza,
*mi Dios y mi Señor amado.
*Santo eres, bendito seas,
alabado y glorificado seas
*por tu hermosura, por tu fuerza,
por tu bondad, por tu inmensa paz.
*A ti sea la gloria por siempre.
Amén.*
"Cómo empezar un buen día"- Victor Manuel Fernández - Ediciones Paulinas - (43-44-45-46)
(almas_peq)
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