Da a cada uno, premio o castigo "segun sus obras" (Sal. 62). "Dios hay en el Cielo -escribe Cervantes en el Don Quijote- que no se descuida de castigar al malo, ni de premiar al bueno". Lo mismo atestigua San Pablo: "Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiera hecho mientras vivió en cuerpo, bueno o malo" (2 Cor. 5,10).
Quizás alguien no acepte esta verdad viendo las injusticias del mundo: criminales absueltos, inocentes condenados, hombres que mueren de hambre mientras otros derrochan sus bienes.
Conviene advertir, sin embargo, que no siempre lo que a nosotros nos parece injusto lo es realmente. ¡Cuántas veces constatamos nuestra equivocación en juicios y sospechas! ¡Y cuántas veces la justicia humana resulta injusticia!
Por otra parte, Dios, el justo juez, conoce la responsabilidad de los hombres y sabe coordinar la justicia con la misericordia y no tiene prisa para castigar, porque es paciente y eterno.
Sucede a veces que el crimen recibe aquí en la tierra su merecido y la virtud su recompensa. Otras veces el castigo o el premio no llegan en la presente vida. En ese caso llegarán en la otra, cuando el Señor de su trono de gloria venga a juzgar "a los vivos y a los muertos", como decimos en el Credo. "Pues es justo a los ojos de Dios retribuir con tribulación a los que atribulan y a vosotros, atribulados, con descanso". (2 Tes. 1,6-7).
Fuente: "La Sonrisa de Dios"- Alejandro Francisco Díaz - Edit. Claretiana - (18)
(almas_peq)
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