LA MISERICORDIA DE DIOS
Hay dos abismos que nos acechan: el abismo de la Misericordia de Dios, y el abismo de nuestra maldad o nuestro pecado.
Puede parecernos y podemos sentir que nuestra limitación y pobreza y nuestra miseria es tan grande que supera al Poder misericordioso del Señor.
Y la triste experiencia de nuestras caídas y el ambiente seductor que nos envuelve nos inclina a pensar: que nos resulta imposible salvarnos, y mantenernos en pie o en gracia de Dios y que menos aún podemos aspirar a la santidad.
Pero eso es mentira, es un engaño, es la tentación más pérfida y malvada del diablo: es la tentación de la desesperación, de la indiferencia, de la desgana, de la tristeza y de la apatía, contra la que tenemos que reaccionar y que hemos de superar y vencer.
Cuando seamos acometidos por esta tentación, digamos, desde el fondo de nuestro ser: "Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío", "Sálvanos, Señor, que nos hundimos" (Mt 8,25) y también "Dulce Corazón de María, sed la salvación mía".
Pensemos que somos una creación amorosa, salida de las manos de Dios. Que hemos sido comprados, no con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo (1 Ped. 1 1,18-19). No nos va a dejar el Señor, que tanto ha hecho por nosotros, y a quien tanto le costamos. El tiene más interés que nosotros en nuestra salvación y en nuestra santificación, si nosotros le dejamos obrar en nosotros. Dios nos ama con locura. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús? Nada, ni nadie (Rom 8, 35-38)
Jesucristo es el vencedor del diablo (Lc 4,1-13;10,18). A Cristo se le debe todo poder, honor y gloria (Mt 24,30; Apoc. 5,13-14; 11, 15-17).
En Dios pongo mi esperanza y confianza, por encima de mí mismo y de todo lo creado, y jamás quedaré confundido. Amen.
Juan Ma. Sanz Cubero
Revista Ecos - LAP España.
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