SAN JUAN DE LA CRUZ
Nuestros apetitos
drenan nuestra energía, y nos dejan demasiado cansados y fatigados
para el camino espiritual.
Son como niños pequeños,
irrazonables, exigentes, inquietos,
imposibles de complacer,
lloriqueando constantemente por esto o aquello.
Sobre todo, nunca se contentan.
Nosotros nos hallamos agotados
por el esfuerzo de buscar un tesoro
que nunca es suficiente,
y de cavar en pozos que están resecos.
Quedamos no solo débiles y vacíos,
más sedientos que cuando comenzamos sino también desconcertados y turbados.
Somos incapaces de encontrar paz o descanso de algo.
Nuestros apetitos son como el fuego, que
arden al ser alimentados por un nuevo combustible.
Rápidamente lo consumen
y exigen ser realimentados una y otra vez,
Pero a diferencia del fuego, que se extingue
al consumirse el combustible, nuestras pasiones
se tornan más intensas y disminuído el manjar.
Nuestro apetito crece cuanto más alimentado es.
Y nosotros quedamos agotados.
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