---------- Mensaje reenviado ----------
De: elena beatriz lugo <ele_lugoibarra@hotmail.com>
Fecha: 27 de septiembre de 2011 19:38
Asunto: FW: ¿ Cuántas veces debo perdonar ? Reflexión del Hno. Mariosvaldo, Capuchino.
Para:
Bendiciones. Elena
De: elena beatriz lugo <ele_lugoibarra@hotmail.com>
Fecha: 27 de septiembre de 2011 19:38
Asunto: FW: ¿ Cuántas veces debo perdonar ? Reflexión del Hno. Mariosvaldo, Capuchino.
Para:
Bendiciones. Elena
Señor, ¿cuántas veces debo perdonar las ofensas de mi hermano? Mt 18,21.
El evangelio de este domingo nos ofrece una nueva oportunidad de meditar sobre la importancia del perdón en nuestras vidas. La pregunta de Pedro sobre la cantidad numérica de veces que debemos perdonar a nuestros hermanos revela una preocupación legalista sobre el perdón, que tal vez esté presente también en nuestras vidas.
¿Cuántas veces debo perdonar a la misma persona para estar bien con Dios, para cumplir Su ley: una vez, dos veces, tres veces, siete veces...? Pedro había comprendido que Jesús enseñaba a las personas a perdonar a quienes les ofendían... pero él quería saber un número preciso: ¿hasta cuantas veces?
Naturalmente, nosotros tenemos un instinto que nos lleva a querer pagar con la misma moneda el mal que nos hacen. Cuando alguien nos hace sufrir, nos parece que sólo tendremos paz cuando veamos a aquella persona sufriendo algo igual o peor que lo que nos hizo. Es nuestro instinto de venganza. Es la ley del: ojo por ojo, diente por diente.
Cumpliendo esto, creemos que los demás sabiendo que recibirán el mismo mal que nos van a hacer, podrán pensar antes y desistir de hacernos el mal. No porque hayan madurado y entendido que deben evitar el mal, solo porque tendrán miedo de sufrir lo mismo.
Este modo de entender busca impedir el mal por la represión, por el miedo de sufrir lo mismo, para evitar el castigo. No forma a la persona para el bien; no le enseña el valor de la justicia, de la caridad, del servicio, del respecto; no le capacita para una vida comunitaria donde todos son llamados a hacer el bien y promoverlo a los demás, sino que le impone el miedo de la punición. Es como cuando convencemos a una persona que no debe matar a otras, solamente por la amenaza del castigo de la cárcel en vez de enseñarle el valor y la sacralidad de la vida su importancia. Esto significa que, cuando esta persona piense que no le van a descubrir para pena, entonces hará el mal.
Todo esto se puede comparar a una persona que tiene una debilidad curable en la columna y no consigue caminar, se puede buscar un tratamiento de sus huesos o entonces construir una armadura. Con los dos medios ella podrá caminar, el problema es que en el segundo caso el día que se quite la armadura ella caerá.
La sociedad en que Jesús nació estaba fundada en la condena, la venganza y el castigo. Hablar del perdón, de dar la otra mejilla, de renunciar a la venganza era algo muy extraño y difícil de entender. Con Jesús había llegado la plenitud de los tiempos. Él no quería perpetuar con la armadura de ley, quería formar el corazón de las personas. En su nueva sociedad el perdón es fundamental. Las personas deben renunciar al mal, no porque tienen miedo al castigo, sino porque descubren el placer del bien, la felicidad del amor. Pero esto solo es posible cuando estamos dispuestos a renunciar al derecho natural de la venganza, para asumir el valor sobrenatural del amor y el perdón.
Para Pedro también era difícil de entender este nuevo modo de ver las cosas, este nuevo modo de organizar la sociedad. Esta novedad del perdón le parecía muy rara. Él quería entender: ¿hasta cuántas veces tengo que perdonar antes de entrar en el viejo esquema del castigo? ¿Después de cuantas veces que he perdonado, debo empezar a vengarme? Seguramente tenía la duda que muchos de nosotros aun tenemos: - y si continuo perdonando ¿el otro no se aprovechará para hacerme de nuevo lo mismo o aun algo peor?
Sin embargo, en la comunidad de Jesús el perdón es ilimitado. No estamos jamás autorizados a recurrir a la venganza. Para Jesús, cuando una persona es madura lo único que la puede cambiar y formar es el amor, no el castigo. En su mundo nuevo, no tendrá espacio para los que dejan de hacer el mal solo por miedo, sino para los que hacen el bien por la necesidad interna de ser coherentes, por el gusto de ser buenos, por una exigencia del corazón.
Además, Jesús sabe que sólo es verdaderamente libre quien no tiene el corazón atado a las personas que lo hirieron. Cada vez que alguien me hace un daño nuestro corazón continúa siendo torturado mientras no le damos el perdón. Por eso, quien decide no perdonar jamás por las ofensas recibidas, termina por estar completamente encadenado y despacito va perdiendo el brillo de su vida, se van envenenando todas sus relaciones, pierde la paz y la serenidad, se transforma en un esclavo de la tristeza ... Quien cree que no debe perdonar a un hermano, aunque sea muy terrible lo que él hizo o porque ya no es la primera vez, se está condenando a sí mismo, a perder el sentido de la vida, a vivir como esclavo de sus heridas.
Es por eso que el Señor insiste con Pedro diciendo que se debe perdonar al menos setenta veces siete, esto es, siempre. Y nos consuela el hecho que si Jesús dice esto a Pedro, es porque ciertamente Él lo hace con nosotros. El Señor está dispuesto a perdonarnos siempre, no para que podamos pecar sin preocupaciones, sino para que trasformemos nuestras vidas contagiados por su amor.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino
Fuente: Gotas de paz
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