El Concilio Vaticano II nos hace notar lo siguiente: "Quiso Dios con su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (Ef. 1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina" (Ef. 2,18; 2 Ped. 1,4). Todo esto ocurrió "al llegar la plenitud de los tiempos cuando envió Dios a su hijo, nacido de mujer" (Cal 4,4).
La "mujer-María" se halla, pues, en el corazón mismo de este acontecimiento salvífico.
Pero es Dios quien toma la iniciativa, ya que de otra manera no se podría realizar y resultaría una "misión imposible" para el hombre. Aquí es donde entra en juego el Espíritu de Dios, quien consagra primero, es decir, habilita al hombre para realizar tal misión.
El primer consagrado por el Padre fue Cristo, el Ungido. De esta primera consagración, proceden todas las demás consagraciones o habilitaciones.
Habilita nuestra pequeñez, como habilitó la pequeñez de María su servidora.
María se consagró al Señor, porque primero Dios la habilitó para dicha consagración, y ella respondio´con una fe total; hasta su misma maternidad divina, la concepción de su Hijo-Dios, fue primero en un acto teologal de fe como dijo hermosamente San Agustín.
La Consagración al Inmaculado Corazón de María es una consecuencia, o bien, una derivación de la piedad mariana, que fue desarrollándose en la Iglesia, como devoción al Inmaculado Corazón de María siempre relacionada con Cristo que es el centro mismo de la redención".
Libro:"La Consagración al Inmaculado Corazón de María" - Pág.3-4 - Editorial Claretiana- Bs.As.
(almas_peq)
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