miércoles, 29 de junio de 2011

'NECESIDAD DE TERNURA



Cuando ames no digas: "Tengo a Dios en el corazón", Di mejor:"Estoy en el corazón de Dios".
Estas palabras de K. Gibran nos pueden introducir en una reflexión más profunda sobre la necesidad de ternura en un tiempo en el que el protagonismo de la razón adulta de la modernidad occidental ha mostrado con evidencia sus frutos de violencia para aprender a dar hay que aprender a recibir. 


Cuando uno quiere ser protagonista absoluto ya no deja espacio para el otro, y la violencia, en todas sus formas física o psicológicas, queda justificada. En cambio, cuando nos abrimos para acoger el don, yendo a la escuela del Dios trinitario , descubrimos que también el hecho de recibir es divino, y divino no es sólo amar, sino también dejarse amar. 
Así es para el Hijo, el Amado, que en la eternidad divina es acogida eterna del amor del Padre y en la historia se convierte en existencia acogida para recibirlo todo obedientemente de Aquel que lo ha enviado y que lo entrega a la muerte por nosotros. Esta primacía del recibir es el fundamento de un dar que no es totalitario y violento, sin gratitud, pues hasta la gratitud puede convertirse en intromisión o,peor, eliminación del otro. Ternura es este dejarse amar, este ser acogida para que el don nazca de un don contagiado de amor, receptivo de paz.




Ternura es decir gracias con la vida:y agradecer es gozo porque es un reconocimiento humilde de ser amados. La ternura invierte entonces verdaderamente la lógica de la época dominada por el triunfalismo de las ideologías y de su potencial intrínseco de violencia, abre los estilos de vida del nuevo milenio con la insignia de la acogida, de la reciprocidad, de la valoración de lo distinto, ya no entendido como competencia o amenaza, sino como promesa y como don.
Librando al yo de la prisión de sus pretensiones absolutas, la ternura lo hace más débil, más pobre, más necesitado de amor, pero también lo hace más hospitalario, más generoso, más capaz de construir puentes de paz e itinerarios de comunión amistosa y fraterna.



Ternura hacia uno mismo es reconocerse don de Dios, recibido gratuitamente de Él y actuar en consecuencia como quien, habiendo recibido gratuitamente, quiere gratuitamente entregarse a si mismo.


Ternura hacia el prójimo, es abrirse al hecho de que el otro está en los humildes rostros que visitan nuestras soledades y las llevan a aquel éxodo de sí mismo que es el amor de caridad.








Ternura hacia lo creado, es reconocer en todo el don de respetar y promover, restituyendo en alabanza y servicio lo que en toda criatura nos es dado como alimento, enriquecimiento y custodia de nuestro propio ser.


Ternura hacia los pueblos, es descubrirnos como familia humana, que vive en la gran casa del mundo, llamada a participar en los recursos de la tierra de modo igualitario y solidario, corrigiendo la iniquidad de los sistemas de dependencia por los que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.






Estos rostros diversos de la ternura están todos enraizados en la fe de que es la ternura de Dios la que sostiene a todos los vivientes y su morada: como en el seno materno, el mundo vive en la noche del misterio divino.
La trinidad santa Madre de todo lo que existe, la llevamos dentro de nosotros envueltos en este amor, que el Hijo nos ha revelado hasta el abismo doloroso de dar su vida por nosotros y al hacerlo, darnos el Espíritu de los resucitados, experimentamos la ternura divina, que lo transfigura todo y hace posible hasta lo imposible en la audacia de la caridad.






                           BRUNO FORTE  


Ecos del Mensaje






S.B.

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