sábado, 7 de mayo de 2011

" La MADRE DEL Salvador "



LAP Argentina
2011- Año de la Vida
        


--- El sáb 7-may-11, Paulo Barbosa <tprobert@terra.com.br> escribió:

De: Paulo Barbosa <tprobert@terra.com.br>
Asunto: [pequenas_almas] #324# La MADRE DEL Salvador


Fecha: sábado, 7 de mayo de 2011, 13:25

 
*** Momento Íntimo ***



La MADRE DEL Salvador

"Junto a la cruz de Jesus estaba su madre, la hermana de
ella, y Maria, mujer de Clopas, y Maria Magdalena. Vendo
Jesus allí su madre, y que el discípulo a quien él amaba
estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he tu hijo. Después
dijo al discípulo: He tu madre. De esa hora en delante, el
discípulo a recibió en su casa". (Juan 19:25-27).

Mientras Maria mira para la cruz, se entolda la tierra de
una neblina, cual si hubiese sido alcanzada bien en su âmago
por una espada. Mientras observa, Maria percibe la semejanza
entre lo que ella siente con lo que fue profetizado por
Simeon, por ocasión del nacimiento de Jesus: "Este niño es
posto para caída y elevación de muchos en Israel, para ser
objetivo de contradicción, y para que se manifiesten los
pensamientos de muchos corazones. Y una espada ensartará
también su alma".

Enfocando nuevamente la cruz, todo se pone claro para ella:
-Entonces, ésta es la espada.

Es algo que toda la madre teme: perder un hijo. Este miedo a
persiguió siempre, desde las palabras premonitórias de
Simeon. Hubo el terror por ocasión de Herodes, con la
conspiración de asesinato de los niños. Y aún la profecía de
Isaías sobre el Siervo Sufridor siempre a perturbó. Es cual
si la Muerte hubiese posado sobre la cu de Jesus, desde suyo
nacimiento, lanzando allí una sombra oscura como una
constante advertencia de que un día el niño le pertenecería.

Bien en su íntimo, Maria sabía que Jesus era un niño nacido
para morir. No crecería para ser un médico, o un rabi, o un
doctor de la ley. No se casaría, ni le daría nietos que
llevasen adelante el nombre de familia. Sabía disto hay
mucho tiempo, pero había enterrado ese sentimiento en su
corazón.

Las lágrimas traen algunas remembranzas. El nacimiento de él
en aquel frío y oscuro establo en Belém. Como él temblaba,
cuando lo agarró por la primera vez en sus brazos, tan
chiquitín e indefenso. lo calentara en su seno y cantara
para que durmiese. se recordaba también de como, cuando
besara su frente, él a mirara tan calmo, tan sin atenciones.

Nuevamente enfoca la cruz y ve hombres encorvados,
impartiendo las ropas de él, y lanzando suertes sobre ellas.
Irgue los ojos para su hijo y sufre. Está desnudo, y no hay
nadie para calentarlo. Tiene sed, y no hay nadie para mojar
sus labios. Está cansado y no hay nadie para cantarle una
canción para que se adormezca. Su frente está fruncida en
agonía, y no hay nadie para enjugarle las heridas.

-¿por qué mi bebé merecería esto?

Nuevamente sus ojos se enturbian. Más un recuerdo viene a la
tona. Y más otra. se recuerda de cuando dijo la primera
palabra. se recuerda de sus primeros pasos. se recuerda de
como le gustaba ayudarla a asar el pan, y ella entonces
solía mojar un pedazo del pan fresco en la miel y le daba
para comer. Esto lo dejaba contento y hacía con que sus ojos
brillasen.

-¿por qué mi bebé merecería esto?

se recuerda de él con doce años, cuando ya estaba a servicio
del Padre en Jerusalén. se recuerda claramente de haber
pensado en la ocasión: Él no es más mi bebé. Está allí en la
cruz ahora por poseer también amor materno. Está allí porque
tiene el amor de un Salvador. Pero, el amor no se parece con
lo que ve. Gotas de sangre que escurren por el madero,
mojando la basura que está debajo. Claveles pesados en los
pies de Jesus. Costillas marcando la piel delgada. Moscas
posando en las heridas abertas. Ojos hinchados por la
fiebre. Cabellos enmarañados en la corona de espinas
colocada por la mañana. Manos enhiestas a Dios presas en el
madero. Un dorso encorvado, pendiente por los puños
empalados, como una grotesca arandelas. Esto es lo que la
madre de Jesus ve, mientras desembainha su corazón para el
golpe cruel de la espada romana. Es más de lo que una madre
puede aguantar. Pero de alguna forma ella resiste.
Principalmente a causa del hombre que está a su lado,
amparándola.

Juan, el discípulo amado de Jesus. De brazos dados, las dos
personas a quienes Jesus más ama en este mundo. Nunca fueron
tan próximos, como en este momento. Oyen a Jesus murmurar
mientras irgue la cabeza. Esboza su adiós con la lengua
herida y los labios rajados. Juan lleva a Maria para más
cerca, para ahorrar a Jesus el esfuerzo, pues su hijo tiene
mucho que decir a ella: Gracias por todo. . . le debo tanto.
. usted fue la madre más querida que uno podría tener.
Pero los espasmos en el pecho están cada vez más frecuentes,
y aquéllas palabras no fueron pronunciadas. Jesus se apoya
en los claveles y con esfuerzo llena los pulmones. El dolor
es extrema. Las palabras salen con un gran esfuerzo. "Mujer,
he tu hijo." Maria mira para Juan, achucha sus brazos
mientras tiene los ojos llenos de lágrimas. Los labios
esbozan una sonrisa trémulo". "Juan, he tu madre".

El discípulo hace señas mientras muerde los labios
controlando la emoción. Fue todo cuanto fue dicho. Por un
momento íntimo, contemplan aquél a quien tanto aman.
Entonces Jesus pende nuevamente.

De repente, Maria percibe, está a servicio del Padre. Ora
àquele Padre, para que la muerte venga luego para su hijo,
esto es, para el hijo de ellos. Pues ambos perdieron un hijo
hoy. Ambos tienen una espada clavada en el pecho. Y así, a
pesar de su dolor, a pesar del acero frío que le ensarta el
alma, ella resiste al pie de la cruz. No aguanta mirar. Pero
no aguantaría alejarse de allí también. Está allí. Por su
hijo. Como cualquier madre lo haría.

Estaba allá cuando él vino al mundo. Habría de estar cuando
él si fuese. Estaba allá cuando él fue empujado por un canal
oscuro y angosto hasta sus brazos, cuando nació. Estaría
presente ahora cuando él estaba siendo empujado a través de
otro pasaje doloroso que lo devolvía para los brazos del
Padre.

Oración: Tu, cuyo cuerpo pendía de aquellos claveles en tu
manos, y que cargabas sobre ti el peso del pecado del mundo,
y aún así te preocupabas más con las dolores de los otros de
lo que con tuyas. Tu, que hiciste un comentario
constrangedor sobre el único de los mandamientos que
contiene una promesa, aunque supieses que para ti aquella
promesa te sería negada. Tu, que de todo fuiste destituido,
y sin embargo aún hallaste tanto para dar: a sus ejecutores,
el perdón: al ladrón, el paraíso; a su madre, un hijo. me
concede la gracia, Ó Señor, de jamás olvidar la manera como
tu te alzaste arriba de tu desamparo a fin de asegurarte de
que tu madre no sería desamparada. Grande ejemplo de amor
altruista. Filho ejemplar. Conservame siempre junto a la
cruz, pues ella es la fuente de dónde proviene el amor más
puro. Allá soy purificado, no solamente de mis pecados, pero
de mi pequeñez. Es en ella que estoy más cerca de ti. Es en
ella que estoy más próximo de aquéllos que te aman. me lleva
allá todos los días, Señor. Es donde está el amor. Y es
donde yo necesito me quedar. .

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