domingo, 11 de marzo de 2012

¡L A R E S U R R E C C I Ó N !

Por: MARÍA VALTORTA

(Escrito el 1ro. de Abril de 1945)

(1897 - 1961)

En el Huerto todo es silencio y brillar de rocío. Después de haber olvidado su azul-negro, con pespuntes de estrellas que por toda la noche han contemplado el mundo, el cielo va tomando los tintes de un zafiro más claro. El alba va empujando de oriente a occidente las zonas todavía oscuras, como la onda durante la marea alta que avanza siempre más, cubriendo la oscura playa, y sustituyendo el gris-negro de la mojada arena y de los arrecifes con el azul-negro de la mojada arena y de los arrecifes con el azul-marino del agua.(...)
Y cuando un hilo de color rosa tira una línea sobre la seda de color turquese del cielo oriental un suspiro de viento pasa por la fronda por las hierbas diciendo: "Despertaos. El día ha salido"(...)

Los pajarillos aún no se despiertan entre el tupido ramaje de un altísimo ciprés... los gusrdia fastidiados, temblando de frío, muriéndose de sueño guardan el sepulcro en diversas actitudes. La puerta del sepulcro, ha sido reforzada con una gruesa capa de cal, como si fuese un contrafuerte. Sobre el color blanco opaco golpean las largas ramas del rosal, como sobre el sello del templo.(...)

En el cielo que tiene en el oriente una raya rosada que avanza hacia el firmamento sereno, donde todavía no hay ni un rayo de sol, se asoma, viniendo de desconocidas profundidades, un meteoro brillantísimo... que desciende velocísimo a la tierra, derramando una luz intensa que infunde temor.... Los guardias levantan espantados sus cabezas , porque junto con la luz llega un retumbo armónico, majestuoso que llena todo lo creado. Viene de las profundidades paradisíacas. Es el aleluya, la gloria  angelical que sigue el Espíritu de Jesús, que vuelve a su Cuerpo Glorioso.

El meteoro da contra la inútil cerradura del sepulcro, lo destruye, lo echa a tierra, esparce terror y fragor sobre los guardias, que habían sido puestos de carceleros del Dueño del Universo, y al pegar contra la tierra provoca un nuevo terremoto como había sucedido cuando el Espíritu del Señor salió de la tierra. Entra en la oscuridad del sepulcro que se ilumina con esa luz indescriptible, y mientras permanece sus pendida en el aire, inmóvil, el Espíritu vuelve a entrar en el cuerpo sin vida bajo las fúnebres vendas.
Todo esto no sucedió en un minuto, sino en fracción de minuto. El aparecer, descender, penetrar y desaparecer la luz de Dios ha sido velocísimo.

El "quiero" del divino Espíritu a su frío cuerpo no recibe contestación. El "quiero" lo dice la Esencia a la materia muerta. Sin embargo no se oye ni una palabra.
La carne recibe la orden, obedece con un profundo suspiro...
No pasa más de un minuto.
Bajo el sudario y la Sábana la carne gloriosa se transforma en una eterna belleza, despierta del sueño de la muerte, vuelve de la "nada" en que estaba. El corazón se despierta. Da el primer latido. Empuja en las venas la helada sangre que quedó e inmediatamente crea lo que necesitan las arterias vacías, lo que necesitan los pulmones inmóviles, el cerebro. Lleva calor, salud, fuerzas, pensamiento.
Un instante más y un movimiento repentino se sucede bajo la Sábana, tan repentino que del instante en que Él ciertamente mueve las manos cruzadas al momento en que aparece de pie, imponente, brillantísimo con su vestido de inmaterial materia, sobrenaturalmente hermosos y majestuoso, con esa solemnidad que lo cambia, lo eleva, siendo siempre el mismo, apenas si el ojo humano tiene tiempo de captar los cambios.
Y ahora lo admiro tan diverso de lo que mi memoria me presenta, limpio, sin heridas, ni sangre. Despide luz de sus cinco llagas y brota también de cada poro de su piel.
Cuando da el primer paso -y al moverse los rayos que brotan de sus manos y pies forman como una aureola de luz, desde la cabeza nimbada de una corona que le hicieron las heridas de las que no brota sangre sino resplandor, hasta la orla del vestido, cuando al abrir sus brazos que tiene cruzados sobre el pecho, descubre una luminosidad vivísima que se trasluce por el vestido encendiéndole a la altura del corazón"- entonces realmente es la "Luz" que ha tomado cuerpo, no se trata de la pobre luz terrena, ni la de la de los astros, ni de la del sol, sino de la de Dios. Todo el brillo paradisíaco se junta en un solo Ser y le da su azul inimaginable por pupilas, su fuego  de oro por cabellos, su candidez angelical por vestiduras y colorido, y lo que no puede describir la palabra humano, el inmenso ardor de la Santísima Trinidad, que anula con su potencia abrasadora cualquier fuego del paraíso, absorbiéndolo en Sí para engendrarlo de nuevo en cada instante del tiempo eterno.


... Cuando Jesús se dirige hacia la salida, mis ojos ven además de su resplandor, dos luminosidades hermosísimas, cual estrellas con respecto al sol. Las veo a cada  una a un lado del umbral, postradas en adoración ente su Dios que pasa envuelto en su Luz, derramando dicha en su sonrisa. Sale. Deja su fúnebre gruta. Vuelve a pisar la tierra que se despierta de alegría y se adorna con el brillo del rocío, con los colores de las hierbas, de los rosales, con las innumerables corolas de los manzanos que se abren milagrosamente al primer beso que les da el sol. La tierra saluda adorando al Sol eterno que por ella pasa.

Los guardias están allí, medio muertos...
Los ojos mortales no ven a Dios, pero sí los puros del universo. Ven y admiran las flores, las hierbas, los pajaritos al Poderoso que pasa en un nimbo de Luz que es suya, en un nimbo de luz solar.

Su sonrisa,  su mirada que se posa sobre las flores, sobre las ramitas, que se levanta al cielo, todo lo reviste de su belleza, más suaves y transparentes que el de más bello rosal son los  pétalos que forman una corona sobre la cabeza del vencedor. El rocío le brinda sus diamantes. En el cielo sus ojos resplandecientes se reflejan. El sol alegre pinta con sus colores una nubecilla de una ligera brisa para que venga a besar a su Rey, trayéndole los perfumes de los jardines que extrajo y las caricias de los delicados pétalos.

Jesús levanta su mano. Bendice. Los pajarillos se desgranan en trinos. El viento en perfumes. Jesús desaparece de mi vista, pero me deja sumergida en una alegría que me borra aún el más leve recuerdo de tristezas, sufrimientos y titubeos del día de mañana...

 María Valtorta



Fuente: "Ecos del Mensaje" - LAP Argentina.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario