jueves, 17 de enero de 2013

La Palabra de Dios, ese regalo divino.



Los cristianos,  teniendo la riqueza de la Palabra de Dios -que habla directamente a cada uno de nosotros- no podemos despreciar ese luminoso regalo divino. No nos basta escuchar a Dios a través de la naturaleza o de las sensaciones; porque la palabra de Dios no es letra muerta, sino "viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos"
(Heb 4,12). Más allá de de la comprensión mental que tengamos de ella, si nos liberamos de las máscaras, esa Palabra tiene el poder de sacar a la luz nuestro yo real para que iniciemos un camino de liberación y no quedemos estancados en la vida espiritual.

Para poder escuchar el mensaje de la Palabra de Dios, es necesario detenernos. ¿Dónde?. Precisamente allí donde sentimos el impacto, allí donde nos atrae, en esa frase que nos molesta o nos perturba en ese párrafo que queremos pasar de largo. Allí hay que detenerse y llegar al fondo de lo que sentimos, darle nombre y enfrentarlo. No se trata de culparse o de autoagredirse, sino de amarse sanamente reconociendo la propia verdad, ya que "lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es digno de todo nuestro amor".( R.M. Rilke to a Young Poet, Nueva York, 1954,46-47) Por eso, allí donde la Palabra grita, allí hay que detenerse hasta que el dolor y el miedo se mitiguen, se armonicen, se calmen.
También hay que detenerse en esa negativa al cambio, reconocerla a fondo hasta no darle más importancia.Esta capacidad de detenerse en la propia verdad es amarse a sí mismo, porque es tomarse en serio, es no mentirse ni mentirle a Dios. Es claridad. Es como esperar el amanecer con un pequeño fuego que arde en medio de la noche espesa, y oír que una fuente sublime de libertad quiere comenzar a manar y a correr "aunque es de noche".

AMANECER

FUENTE: "CLAVES PARA VIVIR EN PLENITUD" -(67-68) 

(almas_peq)

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