jueves, 28 de abril de 2011

PAN PARA EL CUERPO Y PARA EL ESPÍRITU

El alimento nutre nuestro cuerpo, pero lo que también nutre y restaura es la comunión entre los que participan de la comida. Comer juntos es un gesto que expresa estima, disponibilidad al diálogo, acogida, ánimo, perdón, fiesta. Por esto los acontecimientos importantes de la vida se celebran con una comida 
compartida.


Jesús nos enseña a pedir "Nuestro" pan de cada día: no solo para mí, sino para todos. Nos dispone así a percibir el hambre de todo hombre. A tener presentes a los innumerables hambrientos del mundo.




Al pedir el pan cotidiano, le pedimos a Dios no quedarnos encerrados en el egoísmo o en la resignación estéril frente al hambre de los hombres. Sino que le pedimos aprender a compartir nuestro pan para convertirnos en servidores y testimonios de su amor y de la dignidad de cada hombre.


Pero el hombre no vive solo de pan: tiene hambre de valores, de lucidez, de esperanza, de fe, de libertad, de paz, de infinito, de eternidad, de vencer a la muerte. El hombre tiene necesidad de ser alimentado también por un Dios que entra dentro de él, que da sentido a los días, que comprende las lágrimas, que garantiza la capacidad de amar, que perdona, que ayuda a no dejarse aplastar por las propias cargas y a llevar las de los demás. Dios suscita en nosotros hacia esto, un deseo vital como el hambre y la sed. Dios Padre nutre esta hambre nuestra espiritual sobre todo con el pan de Su Palabra.




En la Biblia el pan se convierte en signo que prefigura la meta gozosa de la historia del hombre: un banquete en el que cada uno se encontrará frente a frente con el Señor que saciará toda hambre. Pedir el pan cotidiano, es pedir no acabar en la nada, sino ser acogidos por Dios Padre en su casa para formar parte para siempre de su familia. Nuestro pan cotidiano nos recuerda también aquel pan que Jesús nos dejó en la última cena, la Eucaristía.
Pidamos al Padre que nuestras comidas familiares nos preparen para reunirnos con la Iglesia para la comida Eucarística o que sean una prolongación de la comida Eucarística que hemos celebrado. Dándonos ese pan, Jesús introduce en nosotros la fuerza del Espíritu que nos comunica la Vida Divina.
Esto es, la Vida Plena y definitiva, es el momento de recordarlo:
La Eucaristía es un alimento que nos permite vivir aquí como hijos de Dios Padre y como hermanos entre nosotros, es sostén para una vida que tendrá su pleno cumplimiento con nuestra Resurrección.*


                                          LORENZO ZANI






S.B.

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