miércoles, 11 de enero de 2012

MARÍA, DUEÑA DE LA FE Y LA ESPERANZA...


Al nacer Jesús y llegar a los brazos de María y José, evidentemente , ellos no comprendieron bien lo que ocurría. Intuían que ese hijo suyo tan querido no les pertenecía tanto como a Dios,  pero lo acompañaron y ante todo lo amaron con cariño.,Su actitud nos indica una profundísima apertura a Dios y una fidelidad a toda prueba. ¡Qué es la fe sino este confiar en el Absoluto, más allá de nuestra comprensión y entendimiento! La Fe, que en sí encierra un acto de la inteligencia, es ante todo un salto en el vacío, por amor. Nos confiamos a Otro al cual no terminamos de conocer y comprender. Sin embargo, él se presenta tan cercano y lleno de amor que inspira en nosotros esa confianza ciega, propia de la fe. Aquel que es totalmente Otro con nosotros se hace uno con nosotros por amor.




Contemplar a María, tan firme en la fe y la esperanza, nos mueve a experimentar como Ella la confianza plena en el plan de Dios.
Abstraída totalmente de sí misma como para aceptar cosas que no entendía, prosigue su camino con renovada fuerza.
Al fin del pasaje del Evangelio volvemos a leer que Jesús iba creciendo. Es imposible pensar que Jesús creciese sin la compañía materna de María.
Todos sabemos lo importante que es la función de la madre en el desarrollo de una persona.¡Cuánto más en Jesús, que era el Hijo de Dios y María!
De la vida de María, Madre de Dios en Jesús, aprendemos que lo más importante gira en torno a lo que Dios nos pide. Nada debe interponerse entre su Voluntad y nuestra vida. Más aún, todo en la vida debe estar referido a Dios y a sus caminos. Solamente Dios puede estar al tope de nuestros anhelos y preferencias; si no, no es Dios.


Vivir esto no es fácil. Muchas veces los caminos de Dios no se entienden o no se comparten. La actitud por asumir es la de María: aceptar lo que Dios propone y vivirlo. Más tarde Él mismo develará lo que antes no comprendíamos. Nuestro compromiso no está exento de dificultades. Puede ocurrirnos, como a María y José, pensar que tenemos a Jesús a nuestro lado y caminar despreocupados. Para descubrir de pronto que estamos solos. Jesús ha tomado otro camino y no nos dimos cuenta. Hay que desandar lo recorrido y buscar, a veces dolorosamente, hasta dar con Jesús. Esta puede ser la realidad de muchos cristianos hoy, en nuestro continente. Urge re- descubrir donde está Jesús ocupándose de los asuntos del Padre. Y desde allí seguirlo con fidelidad y entrega. Aunque a veces haya cosas que no se entiendan.


Creemos que en nuestros días algo similar ocurre entre nosotros. Hemos re- descubierto a Jesús y su mensaje desde el lugar de los pobres. Entre ellos se encuentra ocupado en las cosas de su padre; anunciar y construir el Reino de Dios. Para muchos hubo que cambiar de senda y empezar de nuevo. Otros, recién empiezan a verlo; algunos ni siquiera lo intuyen y hay quienes se resisten activamente a aceptarlo.


Al descubrir la ausencia de Jesús, María volvió sobre sus pasos y buscó hasta hallarlo. Aceptó sus complicaciones y se entregó a su servicio, con la misma dedicación y entusiasmo. Nuevamente fortaleció su fe y su esperanza en Aquél que Dios le había enviado.




Su camino es el nuestro. Para todos, hoy, Jesús renace entre los pobres y abandonados. Desde allí nos llama a trabajar por su padre. "Acercándonos al pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que Cristo nos enseñó, al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros.
Por eso el servicio a los pobres es la medida privilegiada aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo" (DP 1145)









Virgen fiel,
madre de los que buscan a Dios,
Señora de los peregrinos,
danos el valor para encontrar a tu Hijo,
allí donde Él esté.
Que no busquemos tanto
donde quisiéramos verlo,
sino donde Él se revela
y se hace Hombre.
Contágianos tu confianza,
enséñanos a descubrir a Dios,
aún en lo que no esperamos
y apoya nuestra disponibilidad
para acudir a su llamado.
Cuida de nosotros
 Madre buena,
y como hiciste con Jesús
abre nuestros corazones
y fortalece nuestra voluntad.
Enciende en nosotros
la llama viva del Espíritu,
que Él nos guíe hasta el Padre,
por el camino de tu Hijo.


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