domingo, 29 de enero de 2012

Una historia para mejorar el mundo


Nuestra fe cristiana es histórica. Es decir: se vive dentro de una historia humana y no en el Cielo. Pero algunas personas se resisten en vivir en este mundo, y quisieran refugiarse en una especie de pequeño cielo, escondidos y protegidos del mundo.
Si nuestra fe es auténtica, no pretendamos salir de esta tierra en una especie de vuelo cósmico, evadiéndonos de todo compromiso, tratando de liberarnos de todo lo que nos despierta resistencias. Eso sería como volver al útero de nuestra madre y renunciar a la vida, al crecimiento, ala felicidad verdadera.
Los hijos de Dios estamos llamados a amar profundamente a los demás y a implicarnos de lleno en este mundo, en esta historia humana, en la vida de la gente.
Soñamos con aportar algo a la felicidad de los demás y dejar este mundo mejor que como lo hemos encontrado.


Y el Dios de amor que encontramos en la oración nos impulsa a introducirnos en el mundo para mejorarlo, nos da una apasionante misión en esta tierra.




Cuando aceptamos eso, dejamos de resistirnos ante los reclamos del mundo y de la gente, porque nos interesa construir algo mejor. Así lo hicieron San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Martín Luther King, Mahatma Gandhi y muchos otros que fueron felices y rebosantes tratando de mejorar el mundo. Ninguno de ellos pretendió evadirse a un pequeño paraíso de relajación, sino que se entregó como instrumento de Dios para hacer el bien a mucha gente, con la esperanza de que siempre algo puede cambiar. En este sentido, la Iglesia ha hecho la siguiente advertencia, que tiene una tremenda importancia:
San Francisco de Asís


<<Auténticas prácticas de meditación provenientes del Oriente cristiano y de las grandes religiones no cristianas, que ejercen un atractivo sobre el hombre de hoy -dividido y desorientado-,pueden ser un medio adecuado para ayudar a la persona que ora a estar interiormente distendida delante de Dios, incluso en medio de las solicitudes exteriores. Sin embargo, es preciso recordar que la unión habitual con Dios (...) no se interrumpe necesariamente ni siquiera cuando hay que dedicarse, según la voluntad de Dios, al trabajo y al cuidado del prójimo... Efectivamente la oración auténtica, como sostienen los grandes maestros espirituales, suscita en los que la practican una ardiente caridad que los empuja a colaborar en la misión de la Iglesia y en el servicio a los hermanos>> (47- Congregación para la Doctrina de la Fe, O.C., 28)


El ideal cristiano es inseparable de una afectuosa preocupación por la felicidad de los demás. Ni siquiera la vida eterna puede pensarse como una liberación, como si en el Cielo nos liberáramos de tener que buscar el bien de los demás. Eso sería una alienación, un falso bienestar que en lugar de hacernos madurar nos atrofiaría.
Vemos en (Ap 6,9-11) que los mártires en el Cielo interceden por los que están sufriendo la injusticia en la tierra, solidarios con este mundo en camino. Es la actitud que expresó Santa teresa de Lisieux, que deseaba pasar su Cielo, <<haciendo el bien en la tierra>>, y no le interesaba tanto su gozo celestial, sino seguir participando en la salvación del mundo.




Santa Teresita de Lisieux


<<Siento que te seré mucho más útil en el Cielo que sobre la tierra... Cuento con no permanecer inactiva en el Cielo, mi deseo es continuar trabajando... Si dejo el campo de batalla no es con el deseo egoísta de descansar; el pensamiento de la felicidad eterna apenas logra estremecer mi corazón... Me atrae más la esperanza de amarlo por fin como tanto he deseado y el pensar que podré hacerlo amar por una multitud>>
(Teresa de Lisieux, Carta al P. Roulland- 14.07.1897).

Por supuesto, ni San Francisco de Asís, ni la Madre Teresa se sintieron los salvadores del mundo y, sabían que no podían cambiarlo todo. Dejaban el mundo en las manos de Dios, porque se sentían pequeños y débiles. Pero ofrecían todo su ser para hacer algo y, entonces hicieron mucho, porque su testimonio vale mucho para nosotros.
Han sido luchadores, guerreros, pero para construir más que para destruir. Han participado de la danza cósmica dejándose llevar por la creatividad que Dios sembró en ellos para mejorar el mundo. Por eso no se atrofiaron, por eso no se desgastó su alegría, por eso alcanzaron la madurez y la plenitud.
No decidimos pensando sólo en nuestras necesidades o gustos. Le pedimos a Dios generosidad para hacer lo que haga más felices a los demás.










"Claves para vivir en Plenitud" - Víctor Manuel fernández - Edit. San Pablo - (178-179-180)

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