martes, 7 de febrero de 2012

"Todos los días te bendeciré..."

10. ADORAR


"Mi Corazón está a punto, Dios mío. Voy
a cantar y a tocar... Te alabaré entre los 
pueblos, Señor, te cantaré entre
la gente, porque tu amor es grande
hasta los cielos".
(Sal 108, 2-5)

"Te ensalzaré, Dios mío, mi rey, bendeciré 
tu nombre por siempre jamás
Todos los días te bendeciré y
alabaré tu nombre por siempre. Grande es
el Señor y muy digno de alabanza
su grandeza no tiene medida".
(Sal 145, 1-3)

Leyendo estos salmos posiblemente se despierte el deseo de adorar a Dios, de cantarle a su gloria, a su hermosura, a su amor.

La alabanza es una oración preciosa, es la manera más excelente de orar. Porque en la alabanza no interesan nuestras necesidades, nuestros problemas o nuestros logros. Cuando alabamos a Dios sólo Él es el importante, Él es el único que cuenta. Él es infinitamente más que yo y que mi pequeña mente perturbada. Él existe, y eso me basta. Vive Él, que es el bueno, el bello, el inmenso. Eso es lo que interesa.

Cuando alabamos a Dios sucede como si nos eleváramos por encima de nuestras angustias y tristezas y entonces dejan de preocuparnos tanto nuestras sensaciones; las tristezas y angustias debilitan su poder y vuelve a nacer la esperanza luminosa.

Porque si existe Él, el poderoso y sublime, entonces todo puede terminar bien. Por eso la alabanza nos devuelve la alegría, ya que saca de nuestros ojos de la miseria y los deposita en la gloria de Dios, en su purísima alegría. Especialmente en el gozo divino de Jesús resucitado. Él vive, vestido de Gloria y de Luz, y vale la pena contemplarlo en cada cosa y gozarse con Él. Eso nos vuelve más positivos, nos ilumina los ojos para seguir caminando. Por eso dice la Biblia: "Que el Señor sea tu deleite, y él te dará lo que pida tu corazón" (Sal 37,4)

ORACIÓN

*Gloria a ti, mi Dios infinito y bello.
Señor deslumbrante,
vestido de inmensa luz.
*Esta pequeña criatura quiere adorarte
y reconocer tu grandeza.

*Me  postro ante ti, Señor,
y te pido que toques mi corazón,
*que abras mis labios y me regales
el don de saber adorarte.

*No permitas, Dios mío,
que me encierre en mis preocupaciones y
*penas, no dejes que mi boca se llene sólo
de lamentos. Ayúdame a salir
*de mí mismo para alabarte a ti,
que eres digno de toda alabanza,
*mi Dios y mi Señor amado.
*Santo eres, bendito seas,
alabado y glorificado seas
*por tu hermosura, por tu fuerza,
por tu bondad, por tu inmensa paz.
*A ti sea la gloria por siempre.
Amén.*



"Cómo empezar un buen día"- Victor Manuel Fernández - Ediciones Paulinas - (43-44-45-46)


(almas_peq)







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